Escritos (+)
La incapacidad que capacita (I)
Si es verdad que el lenguaje es capaz de reflejar e incluso modificar la realidad, no es menos cierto que nuestros hábitos con respecto al uso de la lengua dicen mucho de lo que somos. El minusválido no es menos-válido sino que tiene difererentes capacidades. ¡Cuantas de nuestras corporaciones industriales, determinadas a innovar para sobrevivir, no darían mucho, pero mucho-mucho, por contratar a Stephen Hawking como director de desarrollo estratégico o como máximo responsable de anticipar el futuro, aún a riesgo de tener el (gran) inconveniente de modificar la rampa de acceso al vestíbulo de la empresa o de tener que cambiar el teclado del ordenador por uno capaz de ser mani-pulado (¡que paradoja del lenguaje!) con la retina de los ojos!. Franklin D. Roosvelt fué reelegido presidente de los EEUU por tres mandatos y lideró la derrota del nazismo desde una silla de ruedas. Sería prolijo rescatar todos los ejemplos que la historia y la vida en nuestros barrios y ciudades nos proporcionan de personas que sobreviven y se imponen a las pruebas ante las que la vida les va situando. La resilencia -término del que hablaré en posteriores escritos- no es tan infrecuente como parece. Yo abogo por usar el término discapacidad y no minusvalía. Si yo fuera ciego, probablemente habría desarrollado más que los que no tienen una discapacidad visual el sentido del olfato y podría saludar a Jaime, por su olor, cuando éste entrara por la puerta. Lo que haría de mí alguien con una capacidad olfativa superior a la media. Aprender a apreciar las diferentes capacidades de los que llamamos discapacitados hará de nuestras realidades espacios de convivencia mucho más ajustados a lo que nos interese desarrollar y potenciar: progreso y bienestar. David Alemany Guillamón |